Cuentos, relatos, poesía…




jueves, 9 de octubre de 2014

Cooperativa



Estimado jefe:   
   
Dejo la empresa.

Pude habérselo comunicado esta mañana, cuando usted visitó la sección de montaje. Le vi llegar, acercarse con su carísimo traje, el pelo engominado y ojos altivos. Le vi pasar a mi lado, seguir adelante sorteando al resto de trabajadores  y salir por la otra puerta. Era la hora del almuerzo. Durante un instante lo imaginé sonriendo sin preocupación mientras saboreaba un bocadito de jabugo. Imaginé que a continuación utilizaba una frágil servilleta de papel  y con desdén  la arrojaba al suelo y la pisoteaba para cerciorarse de que no se movería de ahí. Estoy segura de que tuvo un breve momento de lucidez, uno de esos momentos que a todos nos asaltan en el instante más inesperado. Lo  imaginé aburrido, asqueado, incluso odiándose profundamente. Entonces fue cuando lo decidí, decidí que jamás formaría parte de una cooperativa como aquella. Escuché el ruido del  motor de su coche que se alejaba,  como un día más, uno de tantos y sentí un alivio inmenso.

Han sido muchos los años y muchas las experiencias siempre acompañadas del chirrido de la cinta transportadora. Un sonido que por mucho que me aleje retumbará en mis oídos como un recuerdo, como un aviso.


En la taquilla  encontrará el buzo, la tarjeta de entrada y los objetos que ya no necesito.  Incluso no deseo el finiquito que me corresponde. Voy a regalárselo, y espero que con él se compré usted una corbata nueva y se haga un nudo marinero con ella.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Cáos


La música suena en la pista de baile. Los cuerpos aparecen fragmentados bajo los focos intermitentes. Apareces, desapareces. Es una imagen difícil de recomponer. Un puzzle incompleto. Una pieza musical sin letra. Confusa abandono el lugar. Camino. Me alejo. Y escucho el aullido lejano de una indescriptible fiera salvaje. Algo que aparece fugaz en la oscuridad de la noche. Se insinúa. Susurra. Se ha colado en los bolsillos de mi gabardina. Está en la doblez de mi dobladillo. Se ha adherido a mi perfume. Lo siento. Siento las piezas, el desorden, el cáos. Me cuesta caminar y al mirar al suelo aprecio que mis pies se han fragmentado.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Bucear



Hubo un tiempo en que se alzaba a la superficie para coger aire. Sobrepasaba la linea del agua y a cada brazada volvía a sumergirse, monótonamente, acompañado sólo por las burbujas de aire que expulsaba de la boca. A través de las gafas veía dos mundos separados por una fina linea ondulada. El oxigeno del exterior le permitía sobrevivir tan sólo unos segundos en el silencioso universo submarino. Con el tiempo la atracción fue cada vez mayor. Ya sólo respiraba para sumergirse un poco más cada vez; más brazadas en el interior y más cegadora la luz afuera. Un día perdió la cuenta y no salió a respirar pero sus pulmones continuaron haciendo circular el aire y arrastrado por la corriente buceó libre. El sonido apagado del mar le hizo recordar los primeros momentos de su existencia, protegido por el grueso manto de agua que le rodeaba. Nada le hacía daño, y a lo lejos escuchaba el latido tranquilo de otros seres que también se sentían salvaguardados. Nadó en aquella calma. El tiempo no tenía sentido, no había dolor sino sosiego. Se aferró al fondo y aguantó la respiración; el mundo exterior dejó de existir.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Surrealismo



Es rosa. Tiene los pétalos enredados como si estuvieran a punto de soltarse del tallo,  a punto de caer a los pies del jarrón de cristal. Sin embargo llevan meses suspendidos, aferrándose unos a otros, abrazados. Desde el jardín, al otro lado del ventanal cientos de ramas de hojas verdes observan; es una pose muy artística, en un armonioso desequilibrio, agonizante… Digno de una obra de Dalí.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Una obra de arte auténtica




Hace tiempo comencé a tejer un jersey. Fue de forma tonta. Un día de invierno hace muchos años, al pasar junto a la casa de las labores me llamó la atención la cantidad de ovillos de lana multicolor amontonados en el escaparate. Sin pensarlo entré y los compré todos. Los había de lana jaspeada, de rizo, sedosos... En la bolsa llevaba mi futuro. Con todas aquellas lanas tejería un jersey ideal, a medida. Ilusionada fui alternando los colores y las texturas. Fue complicado, siempre terminaban enredándose los hilos. Pero yo era feliz, todo el día tejiendo. El jersey se convirtió en abrigo. Era precioso. Le añadí una solapa por si acaso hacía días de viento y se me ocurrió continuar con una capucha para protegerme de la lluvia. Después confeccioné un cinturón ancho que me sujetara bien, pero aún no me sentía satisfecha y decidí seguir tejiendo una gran cola que me rodeara, una cola que todo el mundo podía ver y de la que estaba muy orgullosa. Cuando me lo probé me pareció fantástico y juré que jamás me lo quitaría. Los colores me hacían sentir alegre y la lana impedía que pasara frío. Seguí tejiendo unas manoplas y una especie de protector para el rostro. Ya sólo podía ver los dedos que continuaron moviendo las agujas y añadiendo bolsillos y lazos al abrigo. Hace tiempo que ya no noto los pies, ni puedo ver el paisaje porque mi precioso abrigo me lo impide, tampoco siento el movimiento de las agujas y no se si he terminado mi labor. Pero de lo que estoy segura es que nadie podrá negarme que es una autentica obra de arte.

lunes, 14 de julio de 2014

Reconstrucción




-¿Si?
-No, creo que no
-Vaya, ¿por qué?
-Mmmm
-¿Qué?,   ¿QUÉ?
-¿Qué dices?
-¿Que por qué?
-¿Por qué, qué?
-Que por qué no
-No se
-¿No lo sabes?
-No
-Ah...




miércoles, 21 de mayo de 2014

Ciclogénesis en Donosti lll




Un imperceptible chirrido acompaña el pedaleo de sus pies, es la cadena rozando contra el plato. La brisa arrastra las hojas de los árboles en un monótono vaivén y sus sombras alteran los colores del paisaje. El asfalto desaparece bajo las ruedas de la bicicleta. Una gota resbala por su mandíbula, se escurre. Desde temprano recorre la pista y solo le resta el último tramo. Ansioso por llegar rueda más deprisa. De pronto los sonidos cesan, alguien le ha embotado los oídos, no hay canto de pájaros ni ruidos de vehículos, las hojas de los arboles se han detenido y ni siquiera tintinean las piedritas del asfalto. Ha entrado en el túnel. Ahora oye con claridad su respiración al son del rítmico pedaleo. Casi puede oír su corazón. La temperatura ha descendido. Confía que al final se encuentre la salida pero no la vislumbra. A pesar de que se desliza ligero, observa las paredes forradas de tela asfáltica gris y siente que recorre el mismo tramo una y otra vez. Un corredor le adelanta como un silbido y de nuevo se encuentra solo. Es una sensación agradable: rueda sin interferencias, sin música, sin sol, sin brisa, sin sensaciones; se siente aséptico, con una suerte de purificación. Absorto en la ausencia de emociones, el final del túnel llega sin darle tiempo a reaccionar. Los sonidos le confunden, el sol le deslumbra, el cambio de asfalto le desequilibra y cae golpeándose. Fin de trayecto.

jueves, 8 de mayo de 2014

El mundo a sus pies




El mar es un espejo biselado.  La luz del día atraviesa las nubes como por un viejo colador y en el agua cenicienta emergen mansas olas que danzan hasta la orilla. Una barquita rasga el océano. Bajo su estela  las capas de mar se pliegan como una cremallera abierta, como hojas de un libro antiguo. Gaviotas graznan en la lejanía. La grieta se extiende por el horizonte y el cielo se desgarra dividiendo el paisaje en dos.

Él extiende las manos sosteniendo el  cuadro bicolor y aprieta con fuerza, pero la fisura sangra gota a gota. Junto a sus pies se forma un montículo de arena  y en el lienzo no halla el rastro de ninguna barquita.

El dragón del cuento


Pedruscos verdosos se hunden en el agua oscura que rodea el castillo en ruinas. La maleza ha invadido parte de los muros del edificio, al igual que en el cuento de La bella durmiente. En el interior, las escaleras crujen pero todavía se conservan las alfombras y los muebles antiguos. Sobre el aparador de la habitación principal hay un espejo: el mismo que perteneció a la madrastra de Blancanieves. Y en el armario muchos zapatos de un solo pie porque Cenicienta revivió una y otra vez la noche en que el hechizo desapareció con las doce campanadas. Sólo quedan las ruinas que recuerdan cada historia, las historias que se repiten con distinto nombre. El castillo de las mil historias, la página de los mil cuentos, las mil y una noches.

Escondido entre las rocas del foso, invisible a los ojos del caballero que sigiloso reconoce el terreno, espera paciente. Sus ojos verdes fulguran como un aviso. El dragón de la lengua de fuego que abre sus fauces, exhala  y arruina  el paisaje.

Una vez más ha acabado con el cuento.

jueves, 1 de mayo de 2014

La piscina de Javier








¡!! Rin, rin, rin!!!




-Abre mamá.

Javier empuja el portón de madera. Las tripas le rugen. Desde el portal puede oler el cocido que su madre prepara cada domingo. Sube las escaleras de dos en dos ensuciándolas con las huellas de su calzado y cuando franquea la puerta entornada oye las palabras de siempre:

-Lávate las manos, Javier.

Los azulejos blancos y las toallas amarillas le hacen parecer sucio. Bajo los pantalones cortos asoman unas rodillas muy negras y los calcetines tienen el mismo color que las manchadas zapatillas. Coloca el tapón en el lavabo y abre el grifo. El chorro del agua golpea la porcelana azul del lavabo, ahora es una piscina. Mira sus manos manchadas de tierra y acerca los dedos hasta mojarlos. Entonces sumerge las dos manos y el agua se tiñe de marrón. Sus dedos comienzan a moverse y se convierten en el delfín que persigue a las sardinillas. El mar lleno de algas marrones permite a los pececillos esconderse del gran pez que chapotea formando burbujas enormes.

-No puedes salir de ahí, no lo intentes- Grita.

Pero el delfín sigue retorciéndose entre las olas encrespadas provocadas por sus soplidos, retozando. Javier observa embobado los movimientos de él, sabe que los delfines son muy inteligentes y le habla como si fuera un amigo.

-Por ahí noooo, ve por el otro lado si quieres alcanzarlas.

 El agua sale fuera de la improvisada piscina, moja la encimera de mármol y encharca el suelo del cuarto de baño. Entonces comienza a oír los quejidos del delfín y aguza el oído intentando descifrar el lenguaje.

-El agua…

-¿El Agua?

-Está sucia.

-¿Sucia?- Dice Javier, observando el lavabo. -Sí creo que las sardinillas lo han manchado de residuos…

Sus dedos, las sardinillas deciden salir del escondite y acompañar al delfín en su viaje. Se acercan rodeándolo y agitan las aletas para aclarar las aguas a su alrededor. El delfín brinca alegre y nada por el fondo marino.  De nuevo comienza el juego y con su hocico empuja amistosamente a los pececillos jugando a retirarlos de su camino. Las sardinillas ríen haciendo pasar el agua por sus branquias a toda velocidad. Los lomos de ellas fulguran y Javier observa estupefacto la vida que bulle allí en el fondo del mar. Otros peces aparecen al percibir la algarabía del delfín y sus amigos. Un abrecanto de finas y arqueadas patas se dispone en el centro del lavabo haciendo que los demás lo atraviesen como un túnel y unos pequeños moluscos que flotan haciendo el gamba hacen  a la anguila retorcerse de risa.  


Javier abre el grifo permitiendo que el agua se llene de burbujas y que los peces se refresquen bajo la repentina cascada que cae sobre ellos. El océano crece y más peces afluyen a sus aguas. Javier mira atónito y comprueba que cuanta más agua contiene el lavabo más vida hay en él. Pensativo observa la bañera y la imagina llena. Después recuerda que hacía un momento su lavabo era una piedra árida y seca, sin vida. Entonces con las manos mojadas aún corre hacia su habitación desde donde puede observar el mar azul. Con los ojos se acerca hasta él y se zambulle en sus aguas. Bucea estirando los brazos como le ha enseñado su padre, acompasando las piernas igual que si fuera una rana. Los pequeños peces de colores huyen ante su presencia, pero las merluzas y los bacalaos le saludan dándole coletazos. La risa le hace atragantarse y un despavorido calamar suelta su tinta haciéndole emerger del susto. Le ha puesto perdido, ahora salpicado con aquel galipo parece un rape cabezón. Ansioso por descubrir la vida del fondo marino coge aire y se zambulla de nuevo. Sortea rocas y visita las cuevas donde habitan peces extraños. Un mundo silencioso de vivos colores, donde los ojos de los pececillos brillan cual luceros en la noche, iluminando las ciudades submarinas. Dos tiburones le remolcan sobre las aletas por cálidas corrientes sin encontrar una orilla. De pronto recuerda el pequeño océano que le aguarda en su casa. Se sacude las zapatillas mojadas que gotean en el suelo y en el mismo instante que entra en el cuarto de baño su madre retira el tapón y el agua fluye en un rápido remolino hacia el desagüe. Javier grita dejando asombrada a su madre.

-¡!!!Noooo!!!!

-Javier, no debes gastar tanta agua para lavarte las manos.

-Pero mama, ¿por qué has hecho eso?- Lloriquea. -¡Has tirado los peces que estaban en el lavabo!

Su madre lo mira pensativa y luego observa el lavabo vacío y el tapón que aún conserva en la mano.

-¿Peces? Javier sabes que los peces del agua se han ido con ella por el desagüe y llegaran al mar, allí no tendrán ningún problema, incluso vivirán mejor que en el lavabo de nuestra casa.

Javier se enjuga las lágrimas. Se sienta a la mesa cabizbajo, pensando en el delfín, las sardinillas y los demás amigos que en esos momentos estarán en el gran océano, donde él acaba de darse un chapuzón. Quizás más tarde se zambulla para comprobarlo.
Un poco más tranquilo y bajo la atenta mirada de su madre comienza a llevarse la cuchara a la boca y saborear los garbanzos.

-Mamá, ¿me echas agua por favor?

El agua de la jarra comienza a llenar el vaso, entre las burbujas destellan los colores de las escamas de un pez payaso que le guiña un ojo.

Javier sonríe y pide permiso a su madre para volver al baño.

-Mamá tengo que llevar al pez payaso con los demás, no quiere quedarse solo.