Cuentos, relatos, poesía…




martes, 24 de septiembre de 2013

Cinco deseos






El tímido taconeo resonaba con insistencia en la Plaza Roja. Tras la muralla hallaría uno de los lugares más impresionantes del mundo. Ascendí en dirección a la colina que albergaba el Gran Palacio del Kremlin dejando a un lado el río Moscova y atravesando los jardines de Alejandro que a modo de foso testificaban sobre la que había sido capital y centro de Moscovia durante siglos. Comencé a contar las torres que divisaba mientras caminaba en imperceptible ascenso. Con cada paso requería más esfuerzo controlar los nervios. Me sobresalté al escuchar las campanadas de las seis de la tarde procedentes de la torre hexagonal, el sonido era tan potente como si fueran tañidas a un tiempo en la azotea de cada uno de los edificios. Al elevar la vista vi la Estrella de Rubí en la torre más alta, dominando a las demás. Debía bordearla y caminar unos veinte metros, sobrepasar el enorme edificio blanco y amarillo y llegar al Senado, el que fuera residencia de Lenin. El Palacio de Congresos en cristal, aluminio y mármol me hizo creer por un momento que había abandonado Rusia, pero mi ánimo cambió cuando hallé la estatua del comunista. Ya estaba cerca.
Llegué a la zona más hermosa, la Plaza de las Catedrales, allí me había citado. Me encontraba a los pies de la catedral de cinco cúpulas doradas que ni por un momento había dejado de observar. Parecía el símbolo de cinco deseos a cada cual más intenso. Custodiándose unos a otros los boliches eran como cinco helados de nata y chocolate, salpicados de menta y avellanas. Mis ojos siguieron las líneas curvas enroscando mis pensamientos sobre sí mismos. Me había quedado atrapada en el nido de abeja de sus relieves. Era La Catedral de los Doce Apóstoles. En ese instante sentí a alguien a mi lado. No me atreví a moverme, él estaba allí y me había encontrado. Fue cuando susurró mi nombre que yo me giré.