El mar es un
espejo biselado. La luz del día
atraviesa las nubes como por un viejo colador y en el agua cenicienta emergen
mansas olas que danzan hasta la orilla. Una barquita rasga el océano. Bajo su
estela las capas de mar se pliegan como
una cremallera abierta, como hojas de un libro antiguo. Gaviotas graznan en la
lejanía. La grieta se extiende por el horizonte y el cielo se desgarra
dividiendo el paisaje en dos.
Él extiende las
manos sosteniendo el cuadro bicolor y
aprieta con fuerza, pero la fisura sangra gota a gota. Junto a sus pies se
forma un montículo de arena y en el
lienzo no halla el rastro de ninguna barquita.
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