Un imperceptible chirrido acompaña el
pedaleo de sus pies, es la cadena rozando contra el plato. La brisa arrastra
las hojas de los árboles en un monótono vaivén y sus sombras alteran los
colores del paisaje. El asfalto desaparece bajo las ruedas de la bicicleta. Una
gota resbala por su mandíbula, se escurre. Desde temprano recorre
la pista y solo le resta el último tramo. Ansioso por llegar rueda más deprisa.
De pronto los sonidos cesan, alguien le ha embotado los oídos, no hay canto de
pájaros ni ruidos de vehículos, las hojas de los arboles se han detenido y ni
siquiera tintinean las piedritas del asfalto. Ha entrado en el túnel. Ahora oye
con claridad su respiración al son del rítmico pedaleo. Casi puede oír su
corazón. La temperatura ha descendido. Confía
que al final se encuentre la salida pero no la vislumbra. A pesar de que se
desliza ligero, observa las paredes forradas de tela asfáltica gris y siente que
recorre el mismo tramo una y otra vez. Un corredor le adelanta como un silbido y de nuevo se encuentra solo. Es una sensación agradable: rueda sin
interferencias, sin música, sin sol, sin brisa, sin sensaciones; se siente aséptico,
con una suerte de purificación. Absorto en la ausencia de emociones, el final
del túnel llega sin darle tiempo a reaccionar. Los sonidos le confunden, el sol
le deslumbra, el cambio de asfalto le desequilibra y cae golpeándose. Fin de trayecto.
Muy bueno, María. Felicidades.
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias Mar. Besitos
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