El granizo que
golpeaba los adoquines me había retenido bajo las arcadas en el Buen Pastor.
Observaba las luces de los coches y el tráfico
denso. Gentes serias, con prisa, encogidas bajo los paraguas grises. La bufanda
me cubría parte del rostro y el aliento me proporcionaba algo de calor. Sin
embargo sentía los pies como si los tuviera
sumergidos en un charco de agua helada.
En ese momento volví
a pensar en ti y recordé que me reconfortabas, como un beso cálido. Con el
disco del semáforo aún en rojo eché a
correr cruzando al otro lado de la calle y entré en la cafetería. La mesa al
fondo, cerca de la máquina que llenaba las tacitas de porcelana con el café
tostado que acariciaba los paladares, estaba libre.
De pronto la mesita
me pareció un mueble especial y único. Podía
oír cómo me llamaba, muy bajo, tanto que no estaba segura de que en realidad
fuera que chirriara con mi movimiento. La acaricié con disimulo calmando al
mismo tiempo mi propia ansiedad. Sentí como ella también me había esperado. El camarero
me sirvió una taza. El pulso se me aceleró cuando percibí el aroma y no fui
capaz de rodearte con ambas manos. Te acerqué a los labios y una cascada de
calor me serenó.
Hace un año
me propuse mantenerte lejos. Habías comenzado atacando a mi estómago, me
alteraste el sueño y descompusiste mis
nervios. Dejarte fue lo más sensato. Sin embargo hoy, un día de frío invierno en el que por un
momento he olvidado todo aquello, me encuentro saboreándote otra vez.
Muy bueno, Maria. Estupendo micro. Besos.
ResponderEliminarHola Mar;
ResponderEliminarMe alegro que te guste. Eres mi crítica preferida. Un beso y recuerdos.