Cierras la cremallera de
la maleta y la colocas junto al resto del equipaje. Despliegas el cartón para dar
forma a las cajas. El sonido que se desliza con suavidad al resbalar la cinta de
embalaje se interrumpe con un brusco quejido. Repites una y otra vez el gesto y te recuerda a las épocas de tu vida. Todas concluyen. En los últimos
meses has apilado en la librería decenas de libros que ligados entre sí conforman
un código cifrado. Acaricias sus lomos y cada uno de ellos te produce una
sensación profunda. El de las tapas negras te recuerda las cenizas de tu vida, que
no tienen posibilidad de enmienda. El de las mil páginas que te habla del
mañana incierto. Tu libro preferido, el de los sueños. Los colocas uno sobre
otro llenando las cajas y el último de ellos se cae de tus manos. Las letras
desean hablarte, lo abres y relees la última página.
Entonces te miras en el
espejo. Buscas en el cuarto de baño las tijeras con las que cortas un mechón de pelo. Una
chispa de luz te hace rejuvener y recortas el cabello hasta eliminar los encrespados
rizos rubios. Revuelves entre las cuchillas y te afeitas dejando al descubierto una
piel suave y luminosa que te revela una tímida sonrisa. La camiseta negra te
hace parecer abatido y eliges una de color azul claro y letras blancas.
Recoges
el equipaje y sin mirar atrás abandonas
las viejas historias en el suelo del salón. En el bolsillo llevas un libro, el libro de John Donne.
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