Suena el aspirador de humos de la
cocina, la tele a media voz, el silbido de la olla, los vecinos del sexto que
han olvidado las llaves y se han quedado apoyados en el timbre, el autobús que
pasa junto a tu casa cada quince minutos. Un breve descenso del ruido y otra
vez la música diaria, ahora suena el teléfono. Sin embargo es un sonido
rítmico, acompasado, incluso divertido. Es el ruido diario, un murmullo que
impide oír notas más estridentes. Es el sonido que te dice que todo marcha en
la misma monotonía de siempre. El ruido continúa al bajar por la escalera, al
encender la radio del coche, al abrir la ventanilla. En la oficina el coro
suena pleno pulmón, puedes reír porque la música diaria te oculta. Sales a
tomar café y la cafetera del bar bufa, la cucharilla se cae al suelo y el
azúcar tintinea sobre la taza. Los vasos golpean una y otra vez la mesa. Al
regresar por la tarde las voces del gentío flotan a tu alrededor. Por fin
cuando te acuestas los ruidos se acallan pero en tu mente sigue sonando esa
adorable música corriente.
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