Recorrí la estancia con la mirada. Antes de abandonar el lugar me retiré el cabello y percibí que me faltaba un pendiente. Era un pequeño colgante de poco valor, sin embargo contenía un precioso esmalte azulado que simulaba el océano. Una gota de mar que tintineaba en mi oído.
Muchas veces la pequeña gota permaneció en calma pero en otras ocasiones debía sostenerla entre los dedos para impedir que el oleaje por el que naufragaba me abrumara. Era un situación inquietante. Jamás llegué a saber el significado de su comportamiento e incluso llegué a dudar de si las gotas, por algún extraño motivo, me azuzaban o era yo misma quien provocaba las tormentas.