Cuentos, relatos, poesía…




miércoles, 21 de mayo de 2014

Ciclogénesis en Donosti lll




Un imperceptible chirrido acompaña el pedaleo de sus pies, es la cadena rozando contra el plato. La brisa arrastra las hojas de los árboles en un monótono vaivén y sus sombras alteran los colores del paisaje. El asfalto desaparece bajo las ruedas de la bicicleta. Una gota resbala por su mandíbula, se escurre. Desde temprano recorre la pista y solo le resta el último tramo. Ansioso por llegar rueda más deprisa. De pronto los sonidos cesan, alguien le ha embotado los oídos, no hay canto de pájaros ni ruidos de vehículos, las hojas de los arboles se han detenido y ni siquiera tintinean las piedritas del asfalto. Ha entrado en el túnel. Ahora oye con claridad su respiración al son del rítmico pedaleo. Casi puede oír su corazón. La temperatura ha descendido. Confía que al final se encuentre la salida pero no la vislumbra. A pesar de que se desliza ligero, observa las paredes forradas de tela asfáltica gris y siente que recorre el mismo tramo una y otra vez. Un corredor le adelanta como un silbido y de nuevo se encuentra solo. Es una sensación agradable: rueda sin interferencias, sin música, sin sol, sin brisa, sin sensaciones; se siente aséptico, con una suerte de purificación. Absorto en la ausencia de emociones, el final del túnel llega sin darle tiempo a reaccionar. Los sonidos le confunden, el sol le deslumbra, el cambio de asfalto le desequilibra y cae golpeándose. Fin de trayecto.

jueves, 8 de mayo de 2014

El mundo a sus pies




El mar es un espejo biselado.  La luz del día atraviesa las nubes como por un viejo colador y en el agua cenicienta emergen mansas olas que danzan hasta la orilla. Una barquita rasga el océano. Bajo su estela  las capas de mar se pliegan como una cremallera abierta, como hojas de un libro antiguo. Gaviotas graznan en la lejanía. La grieta se extiende por el horizonte y el cielo se desgarra dividiendo el paisaje en dos.

Él extiende las manos sosteniendo el  cuadro bicolor y aprieta con fuerza, pero la fisura sangra gota a gota. Junto a sus pies se forma un montículo de arena  y en el lienzo no halla el rastro de ninguna barquita.

El dragón del cuento


Pedruscos verdosos se hunden en el agua oscura que rodea el castillo en ruinas. La maleza ha invadido parte de los muros del edificio, al igual que en el cuento de La bella durmiente. En el interior, las escaleras crujen pero todavía se conservan las alfombras y los muebles antiguos. Sobre el aparador de la habitación principal hay un espejo: el mismo que perteneció a la madrastra de Blancanieves. Y en el armario muchos zapatos de un solo pie porque Cenicienta revivió una y otra vez la noche en que el hechizo desapareció con las doce campanadas. Sólo quedan las ruinas que recuerdan cada historia, las historias que se repiten con distinto nombre. El castillo de las mil historias, la página de los mil cuentos, las mil y una noches.

Escondido entre las rocas del foso, invisible a los ojos del caballero que sigiloso reconoce el terreno, espera paciente. Sus ojos verdes fulguran como un aviso. El dragón de la lengua de fuego que abre sus fauces, exhala  y arruina  el paisaje.

Una vez más ha acabado con el cuento.

jueves, 1 de mayo de 2014

La piscina de Javier








¡!! Rin, rin, rin!!!




-Abre mamá.

Javier empuja el portón de madera. Las tripas le rugen. Desde el portal puede oler el cocido que su madre prepara cada domingo. Sube las escaleras de dos en dos ensuciándolas con las huellas de su calzado y cuando franquea la puerta entornada oye las palabras de siempre:

-Lávate las manos, Javier.

Los azulejos blancos y las toallas amarillas le hacen parecer sucio. Bajo los pantalones cortos asoman unas rodillas muy negras y los calcetines tienen el mismo color que las manchadas zapatillas. Coloca el tapón en el lavabo y abre el grifo. El chorro del agua golpea la porcelana azul del lavabo, ahora es una piscina. Mira sus manos manchadas de tierra y acerca los dedos hasta mojarlos. Entonces sumerge las dos manos y el agua se tiñe de marrón. Sus dedos comienzan a moverse y se convierten en el delfín que persigue a las sardinillas. El mar lleno de algas marrones permite a los pececillos esconderse del gran pez que chapotea formando burbujas enormes.

-No puedes salir de ahí, no lo intentes- Grita.

Pero el delfín sigue retorciéndose entre las olas encrespadas provocadas por sus soplidos, retozando. Javier observa embobado los movimientos de él, sabe que los delfines son muy inteligentes y le habla como si fuera un amigo.

-Por ahí noooo, ve por el otro lado si quieres alcanzarlas.

 El agua sale fuera de la improvisada piscina, moja la encimera de mármol y encharca el suelo del cuarto de baño. Entonces comienza a oír los quejidos del delfín y aguza el oído intentando descifrar el lenguaje.

-El agua…

-¿El Agua?

-Está sucia.

-¿Sucia?- Dice Javier, observando el lavabo. -Sí creo que las sardinillas lo han manchado de residuos…

Sus dedos, las sardinillas deciden salir del escondite y acompañar al delfín en su viaje. Se acercan rodeándolo y agitan las aletas para aclarar las aguas a su alrededor. El delfín brinca alegre y nada por el fondo marino.  De nuevo comienza el juego y con su hocico empuja amistosamente a los pececillos jugando a retirarlos de su camino. Las sardinillas ríen haciendo pasar el agua por sus branquias a toda velocidad. Los lomos de ellas fulguran y Javier observa estupefacto la vida que bulle allí en el fondo del mar. Otros peces aparecen al percibir la algarabía del delfín y sus amigos. Un abrecanto de finas y arqueadas patas se dispone en el centro del lavabo haciendo que los demás lo atraviesen como un túnel y unos pequeños moluscos que flotan haciendo el gamba hacen  a la anguila retorcerse de risa.  


Javier abre el grifo permitiendo que el agua se llene de burbujas y que los peces se refresquen bajo la repentina cascada que cae sobre ellos. El océano crece y más peces afluyen a sus aguas. Javier mira atónito y comprueba que cuanta más agua contiene el lavabo más vida hay en él. Pensativo observa la bañera y la imagina llena. Después recuerda que hacía un momento su lavabo era una piedra árida y seca, sin vida. Entonces con las manos mojadas aún corre hacia su habitación desde donde puede observar el mar azul. Con los ojos se acerca hasta él y se zambulle en sus aguas. Bucea estirando los brazos como le ha enseñado su padre, acompasando las piernas igual que si fuera una rana. Los pequeños peces de colores huyen ante su presencia, pero las merluzas y los bacalaos le saludan dándole coletazos. La risa le hace atragantarse y un despavorido calamar suelta su tinta haciéndole emerger del susto. Le ha puesto perdido, ahora salpicado con aquel galipo parece un rape cabezón. Ansioso por descubrir la vida del fondo marino coge aire y se zambulla de nuevo. Sortea rocas y visita las cuevas donde habitan peces extraños. Un mundo silencioso de vivos colores, donde los ojos de los pececillos brillan cual luceros en la noche, iluminando las ciudades submarinas. Dos tiburones le remolcan sobre las aletas por cálidas corrientes sin encontrar una orilla. De pronto recuerda el pequeño océano que le aguarda en su casa. Se sacude las zapatillas mojadas que gotean en el suelo y en el mismo instante que entra en el cuarto de baño su madre retira el tapón y el agua fluye en un rápido remolino hacia el desagüe. Javier grita dejando asombrada a su madre.

-¡!!!Noooo!!!!

-Javier, no debes gastar tanta agua para lavarte las manos.

-Pero mama, ¿por qué has hecho eso?- Lloriquea. -¡Has tirado los peces que estaban en el lavabo!

Su madre lo mira pensativa y luego observa el lavabo vacío y el tapón que aún conserva en la mano.

-¿Peces? Javier sabes que los peces del agua se han ido con ella por el desagüe y llegaran al mar, allí no tendrán ningún problema, incluso vivirán mejor que en el lavabo de nuestra casa.

Javier se enjuga las lágrimas. Se sienta a la mesa cabizbajo, pensando en el delfín, las sardinillas y los demás amigos que en esos momentos estarán en el gran océano, donde él acaba de darse un chapuzón. Quizás más tarde se zambulla para comprobarlo.
Un poco más tranquilo y bajo la atenta mirada de su madre comienza a llevarse la cuchara a la boca y saborear los garbanzos.

-Mamá, ¿me echas agua por favor?

El agua de la jarra comienza a llenar el vaso, entre las burbujas destellan los colores de las escamas de un pez payaso que le guiña un ojo.

Javier sonríe y pide permiso a su madre para volver al baño.

-Mamá tengo que llevar al pez payaso con los demás, no quiere quedarse solo.